Introducción a los estilos Chavín
Chavín es un sitio, una época de historia antigua y un estilo de arte. Al decir un estilo, estamos generalizando mucho; es como decir que hubo un sólo estilo en el Renacimiento. En realidad, se trata de varios estilos o de diversas modalidades de los mismos. Esto ha causado mucha confusión, debido a que se han ido descubriendo poco a poco y de algún modo todos eran considerados como "estilo Chavín". Eso incluyó estilos, como el Cupisnique de los valles de la costa norte, que también eran considerados como una modalidad costeña de Chavín, siendo que son diferentes aunque tengan varios elementos y rasgos comunes, derivados de sus obvias relaciones y coetaneidad.
Chavín es un estilo que se presenta en varias modalidades, no sólo en los diversos lugares donde aparece, casi en todo el norte y centro del Perú, pero también en el mismo centro ceremonial de Chavín de Huántar, donde se halla concentrada la mayor cantidad de obras de arte de ese estilo. Debido a esta concentración y también porque fue el primer lugar donde se identificó, esta forma del arte se llama Chavín. Julio C. Tello fue quien le dio coherencia histórica, aun cuando ya tanto el "Lanzón" como la Estela Raimondi eran conocidas desde el s. XIX y esta última era un símbolo de la antigüedad peruana, traída a Lima en la segunda mitad de ese siglo, para ser expuesta.
El primero en hacer distinciones dentro del estilo Chavín fue Alfred Kroeber, en 1926, cuando separó un estilo "M" ("mayoide") de otro "N" ("nascoide"); el primero referido al Obelisco Tello, que ahora es conocido como estilo Dragoniano, y el otro a la Estela Raimondi, que ahora es parte de un Estilo tardío de la fase EF. Esta secuencia en 4 fases: AB, C, D y EF, fue propuesta en 1962 por John H. Rowe, con una primera definición de las pautas artísticas que le caracterizan. El Obelisco fue ubicado en la fase C, en tanto que las litoesculturas del Pórtico de las Falcónicas se ubica en la fase D; el Lanzón en la fase AB.
La arquitectura del templo antiguo
Debido a que recién se ha iniciado la segregación de esta fase, ya que el Templo Nuevo fue construido sobre éste, la identificación del Templo Antiguo está incompleta. En realidad, sólo se ha reconocido el volumen principal -en forma de U y con la imagen de un gran ídolo tallado en piedra que usualmente conocemos como Lanzón en su interior- y un atrio con cornisas y cabezas talladas en piedra en cuyo centro hay una plaza circular hundida a la que erróneamente algunas personas llaman "anfiteatro". De los otros edificios e instalaciones sólo tenemos vestigios e indicios.
De acuerdo con el conjunto de datos disponibles hasta ahora, además del cuerpo central, el templo tiene dos plataformas anexas: una, al norte, próxima al ala izquierda mirando hacia el exterior, llamada Templo Norte o sector D, y otra, al sur, más larga y alejada, llamada sector F. Otros indicativos permiten extender el área del Templo Antiguo hasta el extremo norte del pueblo, en la zona llamada Urabarrio, donde hay una consistente presencia de la cerámica que Richard Burger llamó Urabarrio por esta causa. Allí, Marino González encontró construcciones megalíticas y galerías de estilo Chavín.
El Templo Antiguo sufrió una serie de modificaciones que variaron las formas del proyecto arquitectónico original. De acuerdo a nuestros datos, la plaza circular hundida inscrita en el atrio es parte de una plataforma agregada encima de la primera versión de éste, de la cual sólo tenemos algunos vestigios por confirmar. Esta plataforma agregada, con sus lápidas finamente talladas y grabadas, con sus galerías de las Ofrendas, las Caracolas y el Campamento, corresponde al parecer a la última fase del Templo Antiguo. A este añadido se suman otros en las alas, como uno en la sur, con galerías como la de las Vigas Ornamentales, que tiene dos de estos elementos con figuras grabadas de animales míticos marinos.
Algunas evidencias sueltas, como la de una inmensa columna de roca negra, rota en muchos fragmentos y enterrada, señalan estructuras ahora desconocidas. Esta columna, de casi 1 m de diámetro, presenta figuras grabadas en el viejo estilo Chavín.
El Templo Antiguo contaba con una bella ornamentación. La plaza circular hundida tenía un muro en cuyo frente occidental, donde alumbra el sol naciente, había dos hileras de lápidas grabadas: la inferior, de piedras de distintos colores, con figuras de felinos y la superior con una procesión de personajes que parecen ser músicos y danzantes. En esta plaza circular, en el centro, pudo haber estado el Obelisco Tello.
Introducción a la litoescultura
El arte lítico chavinense no es propiamente escultórico, pese a que existen más de cien esculturas de cabezas monstruosas, humanas, de animales, etc. Se trata en realidad de un manejo de superficies planas, en donde se graban imágenes relacionadas con el culto. Es un arte asociado a la arquitectura, aunque algunas piezas son obviamente independientes de ella, como es el caso del ídolo principal, que si bien está dentro del templo, obviamente fue esculpido con independencia de una función de columna, enchape de muro, viga, cornisa o algo similar; ocurre igual con piezas como el "Obelisco Tello".
La litoescultura o lapidaria chavinense fue y es el paradigma del estilo llamado "Chavín"; lamentablemente hay pocos objetos iguales en otras partes, esto determinó que los términos de comparación con la cerámica u otros materiales, fueran sumamente arbitrarios, de modo que se produjeron muchas interpretaciones confusas y se concedió al estilo una extensión mayor de la que tiene. Eso favoreció a que se construyeran hipótesis tan ambiciosas como la de considerar a Chavín como la "capital" de un imperio, con un ámbito muy vasto de dominio. Todavía hoy, el llamado "Horizonte Temprano", es confundido como la etapa de expansión de la cultura Chavín a nivel pan-peruano.
John H. Rowe (1962), logró hacer una segregación cronológica de las litoesculturas de Chavín, utilizando su asociación con las diversas fases constructivas del centro ceremonial y algunos rasgos estilísticos derivados de la secuencia que él y Lawrence Dawson habían construido para la cerámica Paracas-Ocucaje del valle de Ica.
AB, es la fase más antigua, representada por la Gran Imagen ("Lanzón") que está asociada al viejo templo. Por razones de estilo se le asocia una cornisa donde aparecen unos jaguares y serpientes cuyos atributos se hacen extensivos a la fase.
C, es la fase relativa al "Obelisco Tello", que si bien no tenía probanza directa cuando Rowe hizo el enunciado, gracias a las excavaciones en el "Atrio del Viejo Templo", esta fase se ha confirmado, agregando numerosas lápidas grabadas con personajes antropomorfos y figuras de jaguares parecidas al de la Cornisa AB.
D, la tercera fase, está constituida por un grupo de litoesculturas asociadas al "Pórtico de las Falcónidas", en el Templo Nuevo, entre las que destacan las columnas con imágenes de aves antropomorfas, el dintel-voladizo con falcónidas grabadas y las lápidas del atrio anexo al pórtico.
EF, la última fase, es la que por ahora aun no cuenta con sustento empírico y está representada sobre todo por la "Estela Raimondi", un monumento que representa al "Dios de los Báculos", divinidad muy popular en el sur andino.
Las evidencias disponibles no favorecen una hipótesis expansiva de la cultura Chavín, aun cuando parece ser cada vez más claro que el sitio fue un lugar muy poderoso en su tiempo, pero más bien centro de concentración y convergencia que de difusión. En 1919 y 1924, durante sus visitas a Chavín, Julio C. Tello halló algunos fragmentos de cerámica con rasgos determinados. Al haber definido a Chavín como una época de la historia del Perú, identificó su cerámica como negra, oscura y decorada con incisiones y diseños en relieve. Cuando descubrió que ésta se parecía a la que Max Uhle había hallado en Supe y en Ancón, atribuida a los llamados "pescadores primitivos", y a la que se había hallado en el valle de Chicama, cuyas piezas mostraban íconos parecidos a los de las litoesculturas chavinenses, Tello caracterizó a Chavín como la época más antigua de la cultura peruana, cuyo centro estaba ubicado en una zona de sierra próxima al río Marañón: Chavín de Huántar.
Luego de la década de 1920 comenzaron a aparecer evidencias de cerámica oscura e incisa en otros lugares de la costa y la sierra del Perú, que fue denominada erróneamente Chavín o chavinoide. Este hecho generó una gran confusión, pues, como se reveló durante la segunda mitad del siglo XX, esta cerámica en realidad se había producido a lo largo de muchos siglos y no había estado necesariamente ligada a Chavín. En la selva del río Ucayali (Tutishcainyo), en Huánuco (Wayra Jirka), en otras zonas de la sierra y en la costa los ejemplos más antiguos tienen estas mismas características. Algunos de ellos fueron establecidos por Tello e incluidos en su complejo Chavín, pero los anteriores a la época de las litoesculturas y de los grandes templos de Chavín de Huántar, no. Estos últimos se conocieron gracias a investigaciones posteriores que se hicieron en muchos lugares de la costa, como Ancón y Guañape, o de la sierra, como Huánuco (Kotosh) y Cajamarca (Pandanche y Huacaloma).
En Ancón, más que en ningún otro lugar, se encontró una larga secuencia de cerámica. En ella se logró identificar una ocupación con los rasgos propios del estilo Chavín relacionada al Horizonte Temprano y otra anterior de larga permanencia, que se ubica en la etapa Inicial, llamada también Formativo Inferior.
En cuanto a términos de espacio, el afinamiento de los estudios realizados en base a la cerámica ha permitido distinguir diferencias regionales y locales significativas y segregar áreas en las que es reconocible alguna o ninguna vinculación con Chavín.
El primero en reconocer esto fue Rafael Larco Herrera, quien reclamó la necesidad de distinguir el estilo Cupisnique -la cerámica del valle de Chicama que Tello reconocía como "Chavín clásico"- del estilo Chavín. Las investigaciones posteriores fueron dándole la razón a Larco, restringiéndose de esta manera la esfera de influencia de Chavín a los territorios de Ancash, Huánuco y Lima.
Por otro lado, en las regiones de Cajamarca, Lambayeque y Jequetepeque se desarrolló una cerámica similar en algunos aspectos a la de Cupisnique, mientras que en Ica se iba desarrollando la cerámica Paracas, emparentada de alguna manera con la de la sierra de Huancavelica y Ayacucho y la de Chavín. En Apurímac, Cusco y el lago Titicaca las evidencias dan cuenta de una cerámica con rasgos propios claramente diferenciados.
De este modo, la cerámica ligada a las litoesculturas que definen el estilo Chavín quedó restringida a la región centro-norte del Perú y a un período de esplendor que puede fecharse entre los siglos X y IV a. C. Es a esa época, al siglo IX, a la que pertenecen las hermosas piezas encontradas en la Galería de las Ofrendas, donde las modalidades Dragoniana, Qotopukyo y Floral tuvieron tan magnífica presencia.
Todavía están por descubrirse las varias fases que tuvo la historia de estas modalidades del estilo Chavín, pues todo nos hace pensar que se trata de cerámica que no representa más que los usos y gustos de una o dos generaciones de alfareros. También está en proceso de investigación la procedencia de estas modalidades y de las demás representadas en la galería, donde sin duda se reunieron ofrendas de artesanos de las tierras de Cupisnique, Cajamarca, Huánuco y la costa central. Las distintas técnicas que se usaron para hacer vasijas con las mismas formas nos llevan a inferir que se trataba de alfareros que tenían tradiciones, expresiones artísticas y arcillas diferentes y que había distintos centros de producción que, además, cubrían un "mercado" de consumo diverso, de carácter local o regional.
Cerámica
En 1919 y 1924, durante sus visitas a Chavín, Julio C. Tello halló algunos fragmentos de cerámica con rasgos determinados. Al haber definido a Chavín como una época de la historia del Perú, identificó su cerámica como negra, oscura y decorada con incisiones y diseños en relieve. Cuando descubrió que ésta se parecía a la que Max Uhle había hallado en Supe y en Ancón, atribuida a los llamados "pescadores primitivos", y a la que se había hallado en el valle de Chicama, cuyas piezas mostraban íconos parecidos a los de las litoesculturas chavinenses, Tello caracterizó a Chavín como la época más antigua de la cultura peruana, cuyo centro estaba ubicado en una zona de sierra próxima al río Marañón: Chavín de Huántar.
Luego de la década de 1920 comenzaron a aparecer evidencias de cerámica oscura e incisa en otros lugares de la costa y la sierra del Perú, que fue denominada erróneamente Chavín o chavinoide. Este hecho generó una gran confusión, pues, como se reveló durante la segunda mitad del siglo XX, esta cerámica en realidad se había producido a lo largo de muchos siglos y no había estado necesariamente ligada a Chavín. En la selva del río Ucayali (Tutishcainyo), en Huánuco (Wayra Jirka), en otras zonas de la sierra y en la costa los ejemplos más antiguos tienen estas mismas características. Algunos de ellos fueron establecidos por Tello e incluidos en su complejo Chavín, pero los anteriores a la época de las litoesculturas y de los grandes templos de Chavín de Huántar, no. Estos últimos se conocieron gracias a investigaciones posteriores que se hicieron en muchos lugares de la costa, como Ancón y Guañape, o de la sierra, como Huánuco (Kotosh) y Cajamarca (Pandanche y Huacaloma).
En Ancón, más que en ningún otro lugar, se encontró una larga secuencia de cerámica. En ella se logró identificar una ocupación con los rasgos propios del estilo Chavín relacionada al Horizonte Temprano y otra anterior de larga permanencia, que se ubica en la etapa Inicial, llamada también Formativo Inferior.
En cuanto a términos de espacio, el afinamiento de los estudios realizados en base a la cerámica ha permitido distinguir diferencias regionales y locales significativas y segregar áreas en las que es reconocible alguna o ninguna vinculación con Chavín.
El primero en reconocer esto fue Rafael Larco Herrera, quien reclamó la necesidad de distinguir el estilo Cupisnique -la cerámica del valle de Chicama que Tello reconocía como "Chavín clásico"- del estilo Chavín. Las investigaciones posteriores fueron dándole la razón a Larco, restringiéndose de esta manera la esfera de influencia de Chavín a los territorios de Ancash, Huánuco y Lima.
Por otro lado, en las regiones de Cajamarca, Lambayeque y Jequetepeque se desarrolló una cerámica similar en algunos aspectos a la de Cupisnique, mientras que en Ica se iba desarrollando la cerámica Paracas, emparentada de alguna manera con la de la sierra de Huancavelica y Ayacucho y la de Chavín. En Apurímac, Cusco y el lago Titicaca las evidencias dan cuenta de una cerámica con rasgos propios claramente diferenciados.
De este modo, la cerámica ligada a las litoesculturas que definen el estilo Chavín quedó restringida a la región centro-norte del Perú y a un período de esplendor que puede fecharse entre los siglos X y IV a. C. Es a esa época, al siglo IX, a la que pertenecen las hermosas piezas encontradas en la Galería de las Ofrendas, donde las modalidades Dragoniana, Qotopukyo y Floral tuvieron tan magnífica presencia.
Todavía están por descubrirse las varias fases que tuvo la historia de estas modalidades del estilo Chavín, pues todo nos hace pensar que se trata de cerámica que no representa más que los usos y gustos de una o dos generaciones de alfareros. También está en proceso de investigación la procedencia de estas modalidades y de las demás representadas en la galería, donde sin duda se reunieron ofrendas de artesanos de las tierras de Cupisnique, Cajamarca, Huánuco y la costa central. Las distintas técnicas que se usaron para hacer vasijas con las mismas formas nos llevan a inferir que se trataba de alfareros que tenían tradiciones, expresiones artísticas y arcillas diferentes y que había distintos centros de producción que, además, cubrían un "mercado" de consumo diverso, de carácter local o regional.
Metalurgia
Chavín representa la época que da inicio al uso de los metales. La producción metalúrgica comienza con el oro y casi simultáneamente con el cobre nativo en sitios ligados a Cupisnique y Chavín, a pesar de que la evidencia más antigua de objetos de oro en los Andes centrales se remonta 1 500 años antes de la era cristiana en la región de Andahuaylas, en la sierra sur del Perú.
A lo largo de toda la etapa Formativa la metalurgia mantuvo una condición ciertamente primitiva utilizando los metales nativos -tanto el oro como el cobre- en su forma natural. Posteriormente el cobre, hallado en forma de rocas, sería convertido en metal mediante procesos de fundición.
El oro y el cobre eran obtenidos en la naturaleza en forma de "pepitas" o pedazos que contenían físicamente sus cualidades de color, dureza y maleabilidad. Lo que hacían los artesanos era convertirlos en láminas mediante el martillado en frío, sin someterlos al fuego. Los dos metales mencionados son lo suficientemente maleables como para que esto ocurra, aun cuando el cobre podía exigir el calentamiento para ser trabajado, lo que llevó a descubrir que el uso del fuego podía permitir una unión más firme entre piezas que estaban originalmente separadas. Existen algunos objetos en los que también se usó plata nativa, como los de Chongoyape, donde se usó la unión de un segmento de este metal con otro de oro para obtener un efecto de color.
Las láminas de metal, martilladas, presionadas, repujadas o trabajadas con instrumentos con punta o filo, eran finalmente convertidas en lienzos sobre los que se grababan o destacaban figuras o diseños de los estilos propios de la época. Estas láminas eran entonces dobladas o unidas con ayuda del fuego o simplemente también del martilleo y así eran convertidas en coronas, orejeras, narigueras, collares, pectorales, cinturones, brazaletes, ajorcas y otros adornos, casi todos dirigidos a ser parte del ornato o del vestir personal. Excepcionalmente se han encontrado piezas que pudieron servir para otros fines, como para inhalar estupefacientes, cubrir cetros y contener bebidas o comidas -pequeños recipientes en forma de vasos o copas-, que cumplían funciones más ornamentales que utilitarias.
Los hallazgos de oro no son frecuentes y casi toda la información disponible se reduce a lotes o piezas aisladas encontrados de manera casual por campesinos o "huaqueros", especialmente en la costa y la sierra norte del Perú. Esto significa que el registro arqueológico propiamente dicho, es decir el realizado por profesionales, es mínimo.
Por otro lado existen muchas piezas falsificadas para su comercialización entre coleccionistas y aficionados, debido a la facilidad con que pueden reproducirse. De todas maneras, los hallazgos más notables son los de Chongoyape y de Kuntur Wasi. Los registrados en el mismo Chavín son muy escasos y apenas consistentes en pequeñas láminas. Sin embargo, algunas piezas de colecciones antiguas indican que éstas "proceden de Chavín", aunque no mencionan el hallazgo. Pero en el valle de Chicama, en las excavaciones que hizo Rafael Larco Hoyle, sí aparecieron algunas piezas de oro, como también en los valles de Jequetepeque, Zaña y Trujillo. Así, se podría decir que el oro estaba asociado principalmente a los cupisniques y a su área de relación.
Por otro lado existen muchas piezas falsificadas para su comercialización entre coleccionistas y aficionados, debido a la facilidad con que pueden reproducirse. De todas maneras, los hallazgos más notables son los de Chongoyape y de Kuntur Wasi. Los registrados en el mismo Chavín son muy escasos y apenas consistentes en pequeñas láminas. Sin embargo, algunas piezas de colecciones antiguas indican que éstas "proceden de Chavín", aunque no mencionan el hallazgo. Pero en el valle de Chicama, en las excavaciones que hizo Rafael Larco Hoyle, sí aparecieron algunas piezas de oro, como también en los valles de Jequetepeque, Zaña y Trujillo. Así, se podría decir que el oro estaba asociado principalmente a los cupisniques y a su área de relación.
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